Oh, lo comprendí todo; Comprendí a Pablo. Comprendí a Mozart. Oí en alguna parte detrás de mí su risa terrible; Sabía que estaban en mi bolsillo todas las cien mil figuras del juego de la vida: aniquilado, barruntaba su significación; Tenía el propósito de empezar otra vez el juego, de gustar sus tormentos otra vez, de estremecerme de nuevo y recorrer una y muchas veces más el infierno de mi interior...
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